El Mirador de Santa Catarina y el Adamastor

“Eu sou aquele oculto e grande Cabo
A quem chamais vós outros Tormentório,
Que nunca Ptolomeu, Pompónio, Estrabo,
Plínio e quantos passaram fui notório.

Aqui toda a Africana costa acabo
Neste meu nunca visto Promontório,
Que para o Pólo Antárctico se estende,
A quem vossa ousadia tanto ofende! 

Fui dos filhos aspérrimos da Terra,
Qual Encélado, Egeu e o Centimano;
Chamei-me Adamastor, e fui na guerra
Contra o que vibra os raios de Vulcano;
Nao que pusesse serra sobre serra,

Mas, conquistando as ondas do Oceano,
Fui capitao do mar, por onde andava
A armada de Neptuno, que eu buscava.” 

(Luís Vaz de Camões, Os Lusíadas. Canto quinto, estrófas 50 y 51)

Fotografía de la escultura del Adamastor, tomada por sieteLisboas.

Sólo en soledad consigo parar realmente el tiempo y sumirme completamente en los pensamientos y en el recuerdo. Por otro lado, la ausencia de compañía te lleva a mirar desde otro prisma, descubriendo nuevas partes de la realidad que en la rutina o en el encuentro quedan ensombrecidas al focalizar la atención en la actividad o en la conversación…

Así, el Adamastor fue siempre para mí un lugar especial, aunque visitado por etapas y momentos muy diferentes. Es testigo de los periodos que he pasado en Lisboa y, de la misma manera que divisa el movimiento del estuario, presencia como va evolucionando mi vida a través de mis visitas periódicas a esta ciudad.

Cuando llegué por primera vez al mirador de Santa Catarina era apenas un chaval que, dejando atrás lo que había sido mi mundo, me embarqué en una experiencia Erasmus que me llevó a caer en una Lisboa de vagabundeo entre buenas compañías. Nuestras interminables conversaciones no entendían de lugares, pero este mirador siempre fue nuestro sitio de encuentro predilecto. Aquí me sentía como parte de un ambiente añorado a la vez que familiar y novedoso…

En esos días me abrí definitivamente al cosmopolitanismo y entendí una nueva visión frente al mundo más o menos limitado y estanco que conocía.

Fotografía del quiosco de Santa Catarina, tomada por sieteLisboas.

Casi todas las tardes el mirador era nuestro punto de partida y aquí empecé a pronunciar mis primeras palabras en portugués practicando, entre otros, con el amable -y paciente- señor que regentaba el quiosquillo de bebidas: Uma imperial! He de confesar que una de mis primeras palabras fue cerveja, que guardaba en sus tres sonidos consonánticos una nueva lectura y la clave para acordarme de su pronunciación.

Esa etapa pasó entre risas, aprendizaje y convivencia, pero mi relación con la Ciudad Blanca permaneció debido a mi voluntad y a la del propio destino. Posteriores llegadas al mirador fueron algo diferentes, mayoritariamente en soledad. En la tranquilidad y brillo del día me parecía llegar a otra parte, pudiendo encontrar nuevos detalles más allá de la multitud de gentes variopintas que los habían eclipsado en esas otras noches de gozo e intercambio entre amigos. Ese lugar que el Adamastor presidía no tenía para mí más sentido que el recuerdo, más significado que la vivencia entre sus gentes, ni más belleza que la agridulce saudade al dejar la mirada correr por el Tajo. Esa estatua, que alguien me había dicho que era el personaje de un libro, era algo casi indiferente para mí, y mi recuerdo de ella no iba más allá del nombre Adamastor, que marcó nuestro lugar de encuentro y mi apertura a una nueva realidad.

Mis idas y venidas a Lisboa continuaron, a veces como escala hacia Mozambique donde fui invitado por un gran amigo de esos tiempos de Erasmus y donde acabé realizando mi trabajo de investigación. Con el tiempo supe que el Adamastor, más allá de ser el nombre de uno de los gigantes que se rebeló contra Zeus, fue referido entre otros por Camões en el episodio de Os Lusíadas en el que doblan el Cabo de Buena Esperanza, dejando atrás el océano Atlántico y adentrándose por primera vez en el Índico, en una nueva realidad en que su próxima parada sería Mozambique…

Reflexionando sobre el tema me vi inserto en ese destino mitológico y ahora, más allá de la escultura de Júlio Vaz Júnior, reconozco el halo humanista que este ser extiende sobre el mirador: siempre con la cabeza alta mirando al horizonte; divisando el puente y soñando con ir más allá, consciente de que hay otras orillas donde se asienta la vida; simbolizando el cambio y la lucha por el ansiado destino… Es un lugar que me hace perder mi mirada en el río pensando en el amor, en la lucha por la superación y en el juego cambiante y azaroso de la vida.

Autor: Álvaro Alconada Romero.
Fecha de publicación: 30 de abril de 2014.

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