Queso de cabra gratinado con miel de brezo y nueces
Texto original escrito en portugués, extraído del relato ‘Queso de cabra gratinado con miel de brezo y nueces’, del libro Caril e Outras Receitas Amorosas de Fausto Marsol y cedido a sieteLisboas. Marsol es autor y consultor en Desarrollo Organizacional y Personal (Coach).
- Daddy, daddy! – gritaba una niña rubia, de ojos muy azules, que aparentaba tres años, mientras corría hacia el banco en el que un hombre leía el periódico, luchando contra un viento ligero que instistía en pasarle la página de las ofertas de trabajo.
- Baby stop! Come here, Sara – la que parecía ser la madre de la pequeña, la perseguía a zancadas. Era una mujer joven, tan rubia como la niña y con los mismos ojos azul cielo, en armonía con la bóveda que cubría Lisboa esa mañana primaveral –aunque todavía fuese invierno. Y, ¡qué invierno estaba siendo! O había sido, con el tiempo habitualmente ajeno al deseo expresado por la mayoría de las personas, cansadas de la lluvia, del frío y, sobre todo, de los días grises – que cuando salía el sol ayudaba a disfrazar, pero no a mucho más que eso: porque los tonos oscuros y lóbregos habían penetrado los habitantes, contagiados por la crisis en la que el país vivía. Tal vez por eso, el Jardín estuviese ya tan lleno a aquellas horas: el aire agradable y la fuerte luminosidad invitaban a salir, después de una semana más de hibernación. Y como era sábado…
Rui, que así se llamaba el hombre que intentaba revisar los anuncios atentamente, no pudo evitar no mirar, ni pudo evitar soltar rápidamente el periódico para abrir los brazos acogiendo aturdido a la pequeña, que se le agarraba al cuello. A pesar del momento que atravesaba, con incontrolables cambios de humor, y pese a su reconocida falta de soltura, se dejó invadir por una ola de ternura, abrazando con cariño a la pitusa –con las defensas bajas, las emociones ofrecen menos resistencia y caen rendidas.
- ¡Disculpe! – se oyó, en un portugués con acento extranjero –. Come here, Sara. Come to mammy, please.
Sara, sin embargo, no parecía estar dispuesta a soltarle; le hacía caricias que, por otro lado, eran bien recibidas e incluso correspondidas, aunque tímidamente.
- ¡No se preocupe! ¡La niña es muy cariñosa! – De este modo, Rui intentaba tranquilizar a la madre, apurada por lo insólito de la situación. Y mucho más cuando aquel hombre ni siquiera se parecía al padre de la criatura, como Mónica – Mo, for friends. Please, call me Mo – se apresuró a explicar.
Y así fue como se conocieron, la conversación continuó y decidieron ir a tomar un café a la terraza de uno de los quioscos del Jardim da Estrela –uno de los más bonitos, cuidados y mejor frecuentados jardines de Lisboa. Una especie de enclave bucólico entre los barrios de Campo de Ourique y de Lapa, dos de las zonas más in de la capital; y recién descubierto también por los turistas, ya sea al visitar la Basílica que comparte nombre con el Jardín o en una pausa antes o después del recorrido del 28. El tranvía que desde el largo de Graça hasta Prazeres, y viceversa, atraviesa algunas de las colinas de la ciudad, por entre calles estrechas, calzadas empinadas, casas antiguas, conventos reconvertidos, miradores, tiendas populares y de lujo, y gente, mucha gente –fina y vulgar- en Chiado, en las Portas do Sol o en Graça. Considerando el tiempo que ya llevaba en Lisboa, a Rui le pareció extraño que Mónica no conociese aún aquel trayecto – claramente, por no haber tenido la curiosidad de leer cualquier guía turística de la ciudad, confiando más en el boca a boca de las pocas personas que Mónica conocía en Portugal, seguramente no muy acostumbradas a montar en tranvía. Esencialmente, la conversación giró en torno a Lisboa; como acabaron descubriendo, ambos adoraban la ciudad, que Rui conocía particularmente bien y se entusiasmaba hablando de sus rincones, escondrijos y encantos. Mónica estaba maravillada con lo mucho que todavía le faltaba por conocer –cuyas descripciones escuchaba con atención-, al igual que lo estaba con la simpatía que él desprendía, muy por encima de la ya elevada tradicional cordialidad de los portugueses. Él estaba sorprendido consigo mismo: hacía mucho que no se sentía tan bien, olvidándose hasta de los anuncios que se había propuesto ver y a los que debería de escribir en caso de hallarlos de interés, puesto que se encontraba desempleado –uno de los muchos de aquella época de crisis acentuada. Habrían seguido hablando más tiempo, de no ser porque Sara estalló en llanto para reivindicar su almuerzo, poniendo fin a la cordial relación que se había establecido entre ambos. Aunque Sara fuese una niña dulce y dócil, también poseía aquella otra faceta de “tiene que ser cuando yo quiera” y, en este caso, con toda la razón, porque se trataba justo de la hora de su comida. [...]