La Freguesia de Belém

Texto inédito escrito en portugués por José Vaz Fernandes, arquitecto (jv-ac@clix.pt), para sieteLisboas.

Imagen de la Torre de Belém, fotografiada por José Albuquerque y cedida a sieteLisboas.

Imagen de la Torre de Belém, fotografiada por José Albuquerque y cedida a sieteLisboas.

Belém es tierra fértil y de suave dibujo, situada en la ensenada del Tajo, ya con sabor a sal.

Ocupada desde el Paleolítico, vio pasar a los marineros fenicios llegados del Mediterráneo, que en el siglo VII establecieron la factoría de Olisippo.

Les siguió el Imperio Romano, que tan bien trató a Lisboa. Pero, enflaqueció y cayó, quedando su población sometida al yugo visigodo.

Paradójicamente, la liberación llegó de las manos de un invasor civilizado y tolerante. El islamismo coexistió con el cristianismo y el judaísmo y, Lisboa, entonces llamada al-Ushbuna, retomó tranquilamente el paso de los días, durante 400 años, bebiendo del saber árabe.

Hasta que llegado del Norte, el ya rey D. Afonso Henriques, conquistó Lisboa en 1147 y Portugal creció hacia el Sur.

Pero la voluntad de hacerse más grande, limitada por los reinos vecinos de la Península, lleva a un joven infante hijo del rey, hasta la punta de Sagres con su mirada flotando sobre la inmensidad del Atlántico.

Y él, el infante D. Henrique, fue la fuerza y la inteligencia, que se escondió tras los descubrimientos.

Desarrollando el saber heredado de fenicios y árabes, y con la madera de los robles de la época celta, se dio cuerpo a barcas, carabelas y naves que, a partir de 1415, inician una andadura imparable de descubrimientos y conquistas.

Tras doblar el Cabo de Buena Esperanza, se abrió el Índico y el camino de las especias.

Donde hoy está situado Belém, se construían y partían navíos a un ritmo impresionante.

Desde la misma playa, donde Vasco da Gama dio misa antes de partir para las Indias, salieron armadas que encontraron Brasil, llegaron a China, a Japón, a Indonesia y, en secreto, a Australia. El mundo se tornó global en ese distante siglo XVI.

Fue junto a esa playa y junto a su pueblo de pescadores, por entonces llamado do Restelo, donde el rey D. Manuel mandó erguir el Mosteiro de Santa Maria de Belém.

Imagen del Monasterio de los Jerónimos, fotografiada por José Albuquerque y cedida a sieteLisboas.

Imagen del Monasterio de los Jerónimos, fotografiada por José Albuquerque y cedida a sieteLisboas.

Obra mayor de la Arquitectura portuguesa y Patrimonio de la Humanidad, el Mosteiro dos Jerónimos, con tracerías en piedra de estilo Manuelino, es de visita obligatoria por su tamaño, su belleza, su misterio y el encanto de sus salas y claustros. En una de las alas, el Museu de Arqueologia, cuenta la Historia desde el Paleolítico. A continuación, el Museu de Marinha, de los barcos y de la navegación; y el Planetário de las constelaciones y estrellas, que guiaron a los navegantes.

La verde Praça do Império está definida por el monasterio y por el moderno Centro Cultural de Belém (CCB), complejo dedicado a la Música, el Ballet, el Teatro y a exposiciones, en el que destaca el Museu Berardo de Arte Contemporáneo.

En contraste con esta grandeza, tenemos al fondo, la sencillez y alegre diversidad de casas aglomeradas en el núcleo antiguo de Belém. Pequeñas tiendas, calles estrechas, terrazas y jardines, en un animado caleidoscopio de colores y brillos de los azulejos. Pero también un monolito, escondido en el Beco do Chão Salgado (“Suelo Salado”), marca el lugar donde se ejecutó a quienes estuvieron a punto de atentar contra el rey D. José I. Allí se erguía altivo el palacio de esos nobles [los marqueses de Távora], que fue incendiado y arrasado, y sobre cuyos restos se echó sal para que nada creciera en esa tierra. Y aquí, ya huele a canela, de la Antiga Confeitaria de Belém, con sus deliciosos pasteles de nata, solos o con un café. De los incontables restaurantes de la zona, resaltar la Enoteca de Belém, localizada junto a la Ermida de Nossa Senhora da Conceição. A la vista está el interesante Jardín Botánico Tropical, cuyos orígenes se remontan al siglo XVI. Y, de esa época, el vecino Palácio de Belém, que primero fue una quinta y más tarde retiro de reyes, siendo hoy la residencia oficial del Presidente de la República. En el ala del antiguo Picadeiro Real se encuentra el Museu dos Coches, magníficos ejemplares de transporte real.

Este palacio y el del Jardín Botánico Tropical son dos ejemplos de los palacios y quintas de recreo, que todavía quedan en pie, de las tantas que fueron construidas a partir del siglo XVI, a lo largo del río, desde Lisboa. Esta tendencia se fue intensificando conforme se registraban brotes de peste en la capital, de los que la familia real y los nobles intentaban huir, y sobre todo porque la zona de Belém se había librado de los efectos del Terremoto de 1755, que arrasó Lisboa.

Aquí, de donde tantos partieron y a donde muchos no regresaron, iniciamos en la bellísima Torre de Belém, un paseo a lo largo del Tajo, que encuentra historia, presente y futuro. En la réplica del hidroavión que por primera vez sobrevoló el Atlántico Sur, en el monumento a los Heróis de Ultramar, en el moderno Centro Champalimaud, donde se realiza investigación médica de vanguardia.

En la gastronomía cargada de Mediterráneo, recetas conventuales e influencias traídas de las rutas marítimas. Vela Latina, Commenda (en el CCB) y Feitoria (con una estrella Michelin, en el Hotel Altis), son tres restaurantes de referencia, de tantos otros con acogedoras terrazas. Entre dársenas de recreo, se encuentra el Hotel Altis, antes del imponente Padrão dos Descobrimentos. Desde lo alto de esta carabela de piedra vemos la ciudad, el Tajo y la enorme rosa de los vientos con los viajes de los siglos XV y XVI. Si continuamos llegamos al Museu da Electricidade, frente al futuro Museu dos Coches. Y más allá está la Cordoaria Nacional, al lado del Museu de Etnologia.

Lisboa, elegida como la ciudad más cool de Europa por un periodista de la CNN, celebra la vida con alegría, fiestas, mediante el placer de la mesa y de las Artes y con sus maravillosas vistas e Historia…

Escribió Fernando Pessoa en su Mensagem, de 1934: “Deus quis que a terra fosse toda uma, Que o mar unisse, já não separasse… Cumpriu-se o Mar, e o Império se desfez. Senhor, falta cumprir-se Portugal!”.

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