El Fado y el Tango, Portugal y Argentina

Texto escrito por Jorge Argüello, embajador de la República Argentina en Lisboa, cedido a sieteLisboas.

Imagen del Teatro São Carlos de Lisboa del fotógrafo Nuno Cardal, publicada en su libro "Lisboa Iluminada" y cedida a sieteLisboas.

Imagen del Teatro São Carlos de Lisboa del fotógrafo Nuno Cardal, publicada en su libro “Lisboa Iluminada” y cedida a sieteLisboas.

Cuentan las crónicas que hace mucho tiempo, una dulce mujer de Portugal, envuelta por la Música, se incrustó como un rayo de amor en la historia de Argentina. Su nombre era Regina Pacini (Lisboa, 1871-Buenos Aires, 1965), su arte era la Lírica y con el tiempo se convirtió en esposa del presidente Marcelo Torcuato de Alvear (1922-28) y en una inolvidable primera dama de nuestro país.

En un viaje a Buenos Aires, Regina vivió las mismas cosas a las que le cantan, con nostalgia y melancolía, el fado del país que la vio partir y el tango del país que la vio llegar: amores incomprendidos, renunciamientos personales y desarraigos sin solución.

Cantando La Sonámbula, la soprano Regina había deslumbrado a los 17 años, en el Teatro Real de San Carlos de  Lisboa, a la mismísima reina Amalia. Pero el joven millonario Marcelo Torcuato, que la persiguió perdidamente enamorado desde el Teatro Colón de Buenos Aires por todas las óperas de Europa, la terminó conquistando para sí. El precio personal fue alto: la dama portuguesa ya no cantaría en público.

Alvear se convirtió en político y en presidente, y Regina se convirtió en primera dama argentina. Eran los mismos años en que el tango, hecho música y danza, soltaba amarras para conquistar Europa y el mundo.

Regina jamás recuperaría la gloria artística que había resignado. Todo, todo por amor, como en una historia de fado, como en una crónica tanguera. Ya dicen los versos de Manuel Carvalho: “Este meu amor secreto, vive tão longe e tao perto…”.

Como tantos de los miles de portugueses que llegaron a Argentina (1857-1970), la historia de Regina expresa la tristeza del alma del emigrante, de sus amores difíciles, de su patria perdida para nacer con otra, de la nostalgia por un pasado que se añora (“O meu pasado e o meu presente”, António Botto). Ya dicen, también, los versos del tango: “Nostalgias de las cosas que han pasado, arena que la vida se llevó, pesadumbre de barrios que han cambiado y amargura del sueño que murió” (Homero Manzi).

El Fado y el Tango, explican los musicólogos, también hicieron sus largos viajes sin regresos durante el cual compartieron una obsesión poética por el destino (fatus, fado), nostalgia del pasado o saudade, la soledad, la virilidad y los amores esquivos de una mujer; sentimientos de fatalismo y la frustración; búsqueda de identidad; inspiración en aires portuarios y periféricos urbanos donde se recela del ascenso social rápido; una esencia de melancolía y angustia; y el afecto por crónicas y ritmos populares que abrazaron eruditos y academias.

Ese recorrido común incluye estaciones maravillosas, como los fados que cantó Carlos Gardel: “En Portugal tengo un nido hasta ahora abandonado donde, si escucha el oído siempre oirás cantar un fado” y los guiños recíprocos de la genial Amália Rodrigues, y se continúan hoy en las interpretaciones fado-tangueras de Mísia, Mariza o Cristina Branco, hasta coronar un Festival Porteño de Fado y Tango que comenzó en 2012 en Buenos Aires.

Mientras la poesía del Fado enlaza con la lírica del 1300 y la Literatura renacentista (Os Lusíadas, de Luíz Vaz de Camões), nuestros grandes poetas del Tango se abigarraron en el corto período de 1910 a 1950. Pero, en ambos casos se trata de autores que sólo podían existir en ciudades que cantan Fado (Lisboa) o Tango (Buenos Aires y también Montevideo, en el Río de la Plata), grandes puertos de entrada y salida al mar con una identidad propia que destaca en un contexto nacional más amplio y variado.

Algunas citas inevitables, para ayudarnos a terminar esta reflexión. Hemos leído a Fernando Pessoa cuando escribió: “El fado no es alegre ni triste. Es un episodio de intervalo. Lo formó el alma portuguesa cuando no existía y deseaba todo sin tener fuerza para desearlo”.

Y ésta de nuestro Jorge Luis Borges: “Esa ráfaga, el tango, esa diablura / los atareados años desafía; / Hecho de polvo y tiempo, el hombre dura / menos que la liviana melodía, / que sólo es tiempo. El tango crea un turbio / pasado irreal que de algún modo es cierto, / el recuerdo imposible de haber muerto / peleando, en una esquina del suburbio”.

El Fado y el Tango -ya hermanados para siempre por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad- seguirán siendo dos extraordinarias puertas al conocimiento mutuo que podemos darnos argentinos y portugueses, porteños y lisboetas.

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