Libros, alfarrábios y fantasmas…

Texto inédito escrito en portugués por Guilherme d’Oliveira Martins, presidente del Centro Nacional de Cultura (CNC) y presidente del Tribunal de Cuentas de Portugal, para sieteLisboas.

Fotografía de la 'rua Garrett' y el 'largo de Chiado', tomada por sieteLisboas.

Fotografía de la ‘rua Garrett’ y del ‘largo de Chiado’, tomada por sieteLisboas.

Una ciudad antigua como Lisboa sólo se comprende a través de sus libros y de sus alfarrabistas (vendedores de libros antiguos).  Recorriendo Chiado de arriba a abajo o de abajo a arriba, nos encontramos con los fantasmas de los literatos, de los grandes escritores y de los personajes de sus novelas. ¿Cómo puede haber alfarrábios (libros antiguos) sin las almas de los autores perdidas en sus memorias? Almeida Garrett da nombre a la arteria, como petimetre, hombre de Teatro y Letras. Se baje o se suba por Chiado, se vaya o se venga de la rua Garrett… Estaremos a medio camino entre el Teatro Nacional y el Conservatorio. En el lugar donde las modas eran dictadas, escuchándose los frufrús de los vestidos, sintiéndose la elegancia de los corpiños, la dictadura de los corsés, la consolidación de las cinturas de avispa, el olor a las lavándulas… Alexander Herculano llegaba con indumentaria de labrador ribatejano a entregar su preciado aceite a Jerónimo Martins y después hacía cuentas literarias en la Viúva Bertrand con José Fontana. Eça de Queiroz situó aquí los momentos cruciales de su universo novelesco. Se sienten los pasos de Luísa y de Maria Eduarda. Y escudriña el Consejero Acácio, de camino a su casa de la rua do Ferragial. Estamos en el pueblo de Fernando Pessoa. Hoy los turistas se fotografían en su mítica mesa. Luís de Montalvor trajo para aquí Ática (¿cuánto hace que se fue?). Yo ya vivía en los tiempos de Aquilino Ribeiro en la puerta de Bertrand, de Manuel Mendes, de Abel Manta, de todos – y de la memoria de Gualdino Gomes (y de los vagos recuerdos de las diatribas contra Fialho de Almeida). Románticos, naturalistas, simbolistas, modernistas, dialogaban y se reunían. Césario Verde les cantaba las cuarenta a los farsantes. Almada Negreiros era quien dominaba, gracias a su extraordinaria capacidad de ser moderno antes que nadie (¡Ah! Nome de Guerra). La Havaneza, el Marrare de la finura, los políticos y los periodistas en el Café Chiado. Y los clubes. Lugares donde se disfruta de los libros. Eça leyendo Les Fleurs du Mal en la biblioteca del Grémio Literário. Pero también había quien se refugiaba en el Turf o en el Tauromático. Y Fernando Amado, Almada Negreiros (él otra vez), Sophia y Francisco Sousa Tavares, en el Centro Nacional de Cultura, entre Teatro y Poesía… Ese espíritu se siente por aquí: Sá da Costa y sus clásicos, el señor Ferreira da Costa indicando las novedades. ¿Cuántas memorias cargadas de nostalgia? Y si hablamos de libros, tenemos que hablar de tertulias, de cafés, desde A Brasileira hasta el Gelo, allí abajo en Rossio. Pero también estaba el té refinado de Bénard o de Ferrari, los cafés y chocolates de la Casa Pereira da Conceição. De hecho, hablar de vendedores de libros antiguos y de libros implica siempre hablar de todo. Quien busca libros, está buscando todo – y esto no se les pasa por alto en Paris em Lisboa ni en Ramiro Leão (donde no hay libros, sino vida y color). Y en cuanto a librerías y editoriales, no nos olvidemos, allí hacia la Baixa, de la Parceria António Maria Pereira, del Petrony (con las últimas novedades jurídicas), de la antigua Morais, en la Rua da Assunção, antes de que llevaran António Alçada al Largo do Picadeiro. Pero, más allá del olor de la tinta y de la cola de los libros nuevos, estaba la vetusta Senhora do Largo de São Francisco -la Biblioteca Nacional, con el recuerdo de sus célebres grupos- Raúl Proença, Jaime Cortesão, António Sérgio, con todo lo que hicieron por el conocimiento, por el estudio de Portugal y de nuestra cultura. La Biblioteca era el puerto seguro de la ciudad cultural. Y subiendo al Bairro Alto podían encontrarse las reliquias más buscadas, los auténticos vendedores de libros antiguos en la vieja Rua do Mundo o da Misericórdia (donde en el siglo XVII se iba a poner la alfombra para oír los sermones del padre António Vieira) y en la red ortogonal que nos lleva a la Rua Formosa –donde podemos toparnos con Ramalhal Figura o con António Ferro (joven secretario de Orfeu y mucho más). Y si se iba hasta Combro o a Santa Catarina, se hallaba otro fantasma, el de Manuel Maria Barbosa do Bocage, en la Travessa André Valente. Más adelante, hace pocos años, todavía quedaban coleccionistas de los de verdad, que recorrían las casas de libros antiguos en busca de preciosidades. José Maria Almarjão era el pontífice de ese arte de descubrir un ejemplar único, un documento inesperado… Se podría decir que el itinerario de los alfarrabistas es la manera más segura de conocer los verdaderos secretos de una ciudad. En París los bouquinistes se concentran en las márgenes del río Sena. En Lisboa, el libro antiguo se encontraba en el corazón de la ciudad, a veces en pisos escondidos, llenos de estantes y con amplias mesas cargadas de publicaciones heterogéneas (tal vez una colección de Je Sais Tout o de la Ilustração Portuguesa). El vendedor de libros antiguos es un librero paradigmático, capaz de organizar una biblioteca inmaculada. Como decía Jorge Luis Borges (y sólo lo comprendí al visitar las librerías de Buenos Aires): “La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esta elegante esperanza.”

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