La colina de la Salud: El Hospital de São José
La colina de Santana, una de las siete colinas de Lisboa, es famosa por diversos motivos, pero ni siquiera todos los lisboetas saben que también es llamada la colina de la Salud.
Allí, en la Rua de São Lázaro, ya en el siglo XIII se instauró el primer centro organizado para tratar a los enfermos de lepra, que continuaría funcionado hasta 1906, cuando fueron trasladados al Hospital Curry Cabral junto con el resto de pacientes con enfermedades contagiosas. Sin embargo, a excepción de este apunte, en esta entrada vamos a pararnos en una pequeña parte de la Historia, y en algunas de las maravillas, que esconde el Hospital de São José, no porque no estén a disposición del público general, puesto que en su mayoría pueden ser visitadas, sino por mero desconocimiento de que así es.
Todo empezó hace más de cinco siglos, concretamente en 1492, cuando el rey D. João II colocó la primera piedra a los pies de la colina de Santana, en la zona de Rossio, con el fin de levantar el Hospital Real de Todos os Santos. Hasta entonces, los habitantes de Lisboa aquejados de diversas dolencias eran recogidos en unas cuantas decenas de pensiones u otro tipo de lugares, que normalmente financiaban los nobles. Sin embargo, el rey de Portugal apostó por cerrar todos esos establecimientos y construir el que sería considerado uno de los mejores hospitales de Europa, y una institución de prestigio dedicada a la enseñanza de la Medicina. Reputación que, en gran parte, también se debió al empeño puesto por el rey D. Manuel I quien, al tomar el testigo de su antecesor en el trono, todavía dio un mayor impulso al Hospital Real de Todos os Santos. En aquellos siglos y siguientes, este hospital contaba ya con una farmacia, huertos para alimentar a los enfermos, jardín con plantas medicinales… Y con extraordinarios especialistas, entre los que destacaban los cirujanos.
El Marqués de Pombal derribó el ‘Hospital Real de Todos os Santos’, no el terremoto
Tras sufrir un grave incendio en 1750, el Hospital Real de Todos os Santos fue nuevamente golpeado por el terremoto de Lisboa de 1755. Sin embargo, contrariamente a lo que muchos locales piensan, este centro siguió funcionando hasta que, 20 años más tarde, el Marqués de Pombal cedió a la administración del hasta entonces Hospital Real de Todos os Santos, las instalaciones del que pasaría a llamarse Hospital Real de São Jose, en homenaje al entonces rey de Portugal, D. José I.
El Marqués de Pombal, quien realmente gobernaba el país, había trazado “su Baixa” y el Hospital Real de Todos os Santos -que de haber continuado en activo ocuparía hoy la Praça da Figueira y sus alrededores- no casaba con su proyecto. Pero Pombal dio con una solución. Tras expulsar de Portugal a los jesuitas en 1759, encontró en el colegio de Santo Antão-o-Novo, el lugar ideal para continuar tratando a los enfermos de Lisboa, sin tener que renunciar a sus ambiciones urbanísticas. Los jesuitas habían pasado de tener una pequeña escuela, la de Santo Antão-o-Velho en la Mouraria, a edificar un colegio donde sólo el número de estudiantes internos se calcula podía haber estado entre los 2.500 y los 3.000. Así que, tras la obligada salida de los jesuitas del país, el Marqués de Pombal mandó convertir el colegio en hospital.
Los edificios de la escuela jesuita también habían sufrido las consecuencias del terremoto y, por tanto, posteriores trabajos de reconstrucción. Pero la mayor parte de aquel enorme colegio pudo recuperarse y reestructurarse para un nuevo fin, sin renunciar a que la enseñanza de conocimientos médicos siguiera presente. Lo que hizo posible que hoy se pueda hablar de cinco siglos de enseñanza continuada de la Medicina, en Lisboa.
Cuando en 1775 el centro estuvo listo para comenzar a funcionar, unos 600 pacientes subieron -o fueron llevados- desde la actual Praça da Figueira hasta la entrada del Hospital Real de São José que da a la Praça de Martim Moniz. Incluidos los enfermos psiquiátricos que, por aquel entonces, eran tratados en el Hospital Real de Todos os Santos.
Las dimensiones de aquella histórica escuela jesuita todavía se sienten hoy cuando se accede a algunas de las zonas restringidas, pero también cuando se visita lo que sí está al alcance de todos y no sólo de los pacientes o del personal hospitalario.
La entrada principal del ‘Hospital de São José’ lleva a la biblioteca
Si cruzamos por esa misma entrada de Martim Moniz, antes referida, que actualmente se destaca por contar con un imponente arco velado por algunas de las estatuas de la desaparecida iglesia de Santo Antão, que sobrevivieron al terremoto de 1755, encontramos justo enfrente la entrada principal del actual Hospital de São José o casi lo que sería más apropiado llamar: la entrada principal del antiguo colegio jesuita de Santo Antão-o-Novo. Una vez se atraviesa la puerta, el hall te hace sentir en un palacio-museo por la belleza de su arquitectura, de sus azulejos y por el mobiliario antiguo del hospital, que han decidido exponer en algunos de los rincones de las distintas salas: sillas de ruedas de madera, pequeños tronos para llevar a los pacientes a pulso… En fin, curiosidades donde las haya, que por falta de espacio han sido escogidas para estar allí, mientras otras tantas y tantas se amontonan en habitaciones cerradas de un palacio cercano, el de Mello, que actualmente forma parte del Hospital de Santo António dos Capuchos. También en la colina de Santana.
Tras pasar unos arcos, se hallan las escaleras que suben hasta la biblioteca y que incrementan más si cabe la curiosidad del visitante. Revestidas por azulejos considerados de primera calidad, parecen querer decirte que sobrevivieron al terremoto para dejar constancia de lo que la congregación jesuita, que formó al propio Marqués de Pombal, ya había conseguido en Lisboa antes de su destierro.
La biblioteca, de pocos ejemplares porque en su mayoría fueron trasladados al archivo de la Torre do Tombo, huele a librerías con sabor a Medicina, a Cirugía, a Ciencia. Y, aunque relativamente pequeña, y muy especializada, de lunes a viernes está abierta a cualquier estudiante, lector o turista local o foráneo que quiera disfrutar de ella.
Pero antes de apreciar la biblioteca, habremos pasado sin saberlo por un lugar mágico, de puertas cerradas al visitante: El Aula da Esfera. Revestida de azulejos que mezclan Ciencia y Religión, de contenidos impactantes y únicos en esta fusión de áreas, este espacio era el aula donde los estudiantes atendían a las clases magistrales otorgadas por los mejores especialistas de Europa. Hasta el punto que una disciplina podía ser suspendida, por orden de los jesuitas, hasta volver a dar con el mejor profesor para enseñarla.
En aquel lugar, sala noble donde actualmente se realizan los actos oficiales del Hospital de São José, los alumnos de los jesuitas aprendían a construir telescopios. No en vano, en el lugar donde hoy miles de pacientes son atendidos al día, Lisboa vio nacer su primer observatorio.
La iglesia del ‘Hospital de São José’ era la sacristía de la iglesia de la escuela jesuita
Este texto ya no alcanza para detenerse a contar la historia de prácticamente la única parte de la desaparecida iglesia de Santo Antão-o-Novo, en aquel entonces la mayor de Lisboa, que permaneció intacta tras el terremoto: su sacristía. Eso sí, si visitan el hospital -quizá hasta lo crucen por dentro para atajar, como ya hacían los lisboetas en el pasado y continúan haciéndolo hoy-, pregunten por la capilla. Si París bien vale una misa, créanme que la antigua sacristía de Santo Antão-o-Novo, y hoy capilla del Hospital de São José, bien vale encontrarle el tiempo para admirarla. El porqué de tal grandiosidad para una “simple” sacristía, esperamos poder ofrecérselo en breve. Hasta entonces: aquí queda la promesa de que se intentará.
Autora: Fátima Valcárcel
Fecha de publicación: 30 de abril de 2014